Me sorprendí al ver tu rostro efímero, enfermizo, con esa mueca de placer orgásmico-dionisiaco, sencillamente asqueroso; jodidamente asqueroso. En tu boca yacía una obsesión…masturbarte, tus ojos amarillentos y tus famélicas manos se dirigían a una dirección y con un propósito; pellizcarme las tetas.
Al caminar, tu mirada me pesaba en las nalgas. Sabía que en tu cabeza retorcida me desnudabas completita y ahí, en plena calle, me cogías. Lo peor es que nunca dijiste ni un piropo, que no hubiese dado porque dijeras: “con esa pepa, haz de mear champaña… mamacita”; así con ese acento chilango del que tenías cara…Qué rico.
Que podía hacer, me encantabas. No había hombre tan perfecto como tú; y no lo había. Un día me vestí lo más provocativa que pude, zapatillas altas, minifalda, blusa de tirantes, cabello suelto. Te pensé y apareciste, me contonee un poco, y note la misma cara asquerosa de siempre. Pero tu deseo no iba más allá de la imaginación. No eras tan perfecto; no pude crear mi hombre perfecto.
Y por la noche moriste en mis sueños; no dijiste adiós. Al final, sólo vi tu cuerpo disolverse en la niebla de la noche en que soñé que tal vez me harías tuya.
aXesina
Cuando el deseo se queda en la nada y no puedes salvarlo ni en sueños es un tanto frustrante. Se quedan las ganas, la sensación de que pudo haber sido tan bueno, pero a veces eso es mejor que el "de lejos me gustabas más"
ResponderEliminarTen cuidado con "se dirigían a una dirección", con dirigir ya sabemos que tiene una dirección, es pleonasmo.
Me gustó el relato, el final es muy bueno.